“Aquí descansan los restos del íntegro Andrés Ortegón. Todo el batallón lo llora por su noble corazón. Sus queridísimos padres, aún sin saber nada, pero quedan en su lugar Ildefonso y su compañera Juana”, se puede leer en la lápida del nicho donde enterraron a Andrés Ortegón Linares (Jerez, 1912), en el cementerio de Torredelcampo, Jaén. La historia de este jerezano es diferente a la del resto de víctimas del franquismo que se recogen en este libro. Porque Andrés no fue señalado ni arrestado, sino que fue movilizado por el ejército de Franco.
“El alzamiento militar triunfó desde el primer momento en Jerez. Entonces, una vez que llega la calma, empiezan a organizar batallones y regimientos. Y en uno de ellos, enrolan a Andrés, por su quinta (su edad)”, narra Manolo Ortegón Doña (Jerez, 1941), sobrino paterno de Andrés. “Parece ser que el recorrido que hizo su batallón fue: Jerez, Algeciras y San Roque, dirección Estepona. Y es ahí, en el frente de Estepona, donde él desaparece”, añade.
“Como desaparece del regimiento, vienen a buscarlo a Jerez, a casa de su padre, Francisco Ortegón Caro. Su padre dice: A mi hijo se lo habéis llevado, aquí no está. No sé nada de él. Y aquellos que fueron buscando a Andrés, encarcelan a su padre Francisco, al no encontrar al hijo”, cuenta Manolo, a lo que continúa: “Mi padre, Francisco Ortegón Linares, va a ver a su padre a la cárcel y un día, este le dice: Paco, sácame de aquí, que de aquí sacan a gente todas las mañanas y no vuelven; sácame de aquí como sea. Y él movió cielo y tierra y lo saca de prisión”. Un episodio que sin duda le pasó factura a su abuelo, Francisco Ortegón Caro, que le “produjo secuelas que le acompañaron hasta su muerte”, en el año 1959.
¿Y qué pasó con Andrés? Su familia, reunida en el memorial de los asesinados tras el Golpe en Jerez, ubicado en el Parque El Retiro, van desmenuzando los datos que han ido recabando a lo largo de los años. Tras desaparecer en Estepona, un matrimonio de Torredelcampo lo acoge; y de allí marcha con un batallón republicano al frente de Pozo Blanco; donde lo hieren. “Y él pide que lo trasladen a Torredelcampo, donde fallece por herida de guerra; pensando en todo momento que su familia en Jerez, estaba muerta”, apunta Manolo. “Y fin de la historia”, termina. “¡No! ¡Fin de la historia no!”, le replican sus sobrinas. “Mi padre, Francisco Ortegón Linares se murió con la pena de no saber dónde estaba su hermano”, comparte Manolo. “En el coche me lo decía él muchas veces. Y yo le dije: No te preocupes que lo vamos a encontrar. Y ‘cucha’, que lo encontramos”, incide Isabel Ortegón Tinoco (Jerez, 1951), sobrina de Andrés y Francisco Ortegón Linares.
—Ahora José Manuel va a contar otras cosas que…
—Ahora no es el momento, Manolita.
—¿Por qué? (Silencio). No puedes, ¿verdad? Pobre, está emocionado… Es duro.
Así que continúa relatando la historia Benito Ortegón Gallego (Jerez, 1958), sobrino nieto de Andrés: “Una mañana, en el año 2009, no te puedo decir la fecha exacta, recibo una llamada de teléfono en casa, de un señor que me dice: Mire, le llamo de Torredelcampo. Estoy buscando por el apellido Ortegón, y era para preguntarle si usted tiene conocimiento o ha conocido a Andrés. Y le digo: Espérate, ese es un familiar de mi padre, que nos dijo que estuvo en el frente, en la guerra, que lo mataron y que no sabemos dónde está enterrado”, cuenta Benito.
“El hombre me lo contó así por encima, pero yo tenía prisa, así que le di el teléfono de mi hermana Manuela para que se pusiera en contacto con ella. Porque la verdad que esta es la llamada que hace tiempo que estábamos buscando y esperando, le dije. No sabíamos cómo podíamos encontrar ese cabo suelto que nos pueda ayudar a darle un poquito de sentido a cómo ha sido, qué pasó, qué fue. Y bueno, de alguna manera la familia ha podido descansar. Porque mi padre se ha ido de este mundo sabiendo dónde estaba enterrado su tío”, expresa.
¿Cómo se lleva a cabo esa llamada? ¿Por qué? Si David García Serrano, reportero de Canal Sur y marido de Loli Liébana Peragón (bisnieta de Ildefonso Ruiz Vera y Juana Quesada Pérez, el matrimonio que acoge a Andrés en su casa como un hijo más), llama a Benito Ortegón Gallego para unir a ambas familias, fue porque Andrés era una persona muy querida, que destacó. “Eso fue lo que nos contó la familia de allí, de Torredelcampo”, afirma Manuela Ortegón Gallego (Jerez, 1957), sobrina nieta de Andrés y hermana de Benito.
“Por lo visto, el pueblo se resistió mucho. Según tengo entendido, esa parte de Jaén resistió bastante. Entonces el pueblo se volcó con los soldados que llegaban huyendo. Y lo acogieron a él, como a otros más”, detalla Manuela. “La guerra separó a Andrés de su familia de Jerez, pero le abrió los brazos de una nueva familia que ha logrado salvarlo del olvido”, recoge un álbum que la familia Ortegón ha elaborado ‘in memoriam’ del teniente Andrés Ortegón Linares.
Unos meses después de la tan ansiada llamada telefónica, la familia se va en grupo a Torredelcampo a conocer, in situ, los últimos años de vida de Andrés; y a abrazar a la familia que lo acogió como un hijo más. “Cuando fallece Andrés, lo entierran con la familia Ruiz y Quesada, pero no pusieron su nombre en la lápida por miedo a que profanaran el nicho familiar. Porque ultrajaban las tumbas cuando se enteraban de que había algún republicano enterrado. No respetaban ni a los muertos. Es tremendo”, explica Manuela. “No respetaban a los vivos, ¿van a respetar a los muertos?”, ríe Manolo.
“Cuando llegamos nosotros, Loli se acerca a mí y me da un abrazo. Yo me quedo sorprendido. Y digo: Señora, ¿usted quién es? Y me dice: Yo soy la que ha participado en cuidar a su tío. Porque ustes es sobrino. Y le digo: Sí, señora. Y me dice: Es que yo estoy hablando ahora mismo con Andrés”, consigue verbalizar su sobrino materno, José Manuel Rodríguez Ortegón (Jerez, 1946), quien guarda un gran parecido físico con Andrés. “Parece ser que durante la guerra, el alcalde hace una reunión en la plaza del pueblo pidiendo ayuda a todos los vecinos de Torredelcampo, porque había un grupo de militares que no tenían cobijo de ninguna clase. Y van saliendo personas que dan su casa para ayudarles”, indica José Manuel.
Para todos los presentes, la vivencia de Torredelcampo fue muy emotiva en todos los aspectos. “Ver a tu tío allí, reconocido como una buena persona; porque somos un poquito brutos, pero el corazón me parece a mí que no nos cabe en el pecho. A todos, ¿eh? Y bueno, y ya está, porque yo cuando me lio a hablar, lo mismo me pongo triste que me río…”, sonríe José Manuel, quien reposa en el centro del memorial junto a su primo Manolo.
Allí visitaron el domicilio donde vivió Andrés Ortegón Linares, en el número 42 de la calle San Sebastián, en Torredelcampo, Jaén. Y conocieron a tres de los siete hijos que tuvo el matrimonio Ruiz y Quesada: Loles, Fernando y Paula, quienes compartieron los últimos meses de vida de Andrés. Él pensó en todo momento que habían liquidado a su familia de Jerez. Sin embargo, esta siguió con la esperanza de que algún día apareciera de vuelta a su tierra natal. Ni una cosa ni la otra. Lo que jamás llegaron a pensar es que las dos familias mantendrían unos días de convivencia, décadas después.
“Para mí fue un día inolvidable, en lo que me quede de vida. Yo ese día, sentí relajamiento. Paz interior”, dice José Manuel. “Mucha tranquilidad”, completa Benito. “Yo tengo en mente ir allí otra vez. Me encantaría. Alquilamos un microbus, nos quedamos allí una noche… Lo que fuera. Pero me gustaría volver allí…”, deja caer José Manuel. “Yo me siento muy orgullosa de poder saber dónde está mi tío, que yo se lo prometí a mi padre, porque él siempre me lo decía: Me voy a ir de este mundo y no voy a saber dónde está. Y lo conseguimos”, resolla Isabel.
“Yo quería hacer una última reflexión con respecto a Andrés Ortegón: que era un hombre buenísimo”, espeta Manolo, con la voz entrecortada. “Ay, qué cosita. Es que me acuerdo tanto de mi padre cuando te veo…”, le dice Manuela, segundos antes de darle un beso. “Sus hermanos lo querían con locura. Fíjate si era bueno, que lo llaman para que vaya a luchar con la gente de Franco. Fíjate si era bueno, que ayudó a muchos a escapar. Hay testimonios…”, concluye Manolo.
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