
¿Qué venís a comprar la sangre de mi marido?”, así de firme se mostró Ángeles Fernández Solís cuando rechazó la pensión para las viudas de guerra. “Mi abuela renunció porque tenía que firmar que su marido había fallecido y ella les dijo: No, mi marido no ha fallecido. A mi marido lo han matado y eso no lo voy a firmar”, relata su nieta Ángeles Barba Gálvez (1966, Jerez).
Ángeles se encuentra delante del número 22 de la calle Lealas. “Los vecinos me contaron que era una casa muy grande, que era muy profunda. Que allí vivían un montón de vecinos, como la mayoría de jerezanos… En las casas de vecinos, compartiendo los patios, la cocina, los retretes…”, rememora. “Mi abuelo José Gálvez Pozo vivía aquí”, señala mientras se gira hacia atrás.

“No recuerdo el momento exacto en que supimos que éramos los nietos de un desaparecido, como a mí me gusta llamarlo. Porque no lo hemos encontrado. Y eso es un doble crimen, porque ni siquiera sabemos dónde esta su cuerpo”, comparte Ángeles. “No lo podemos llorar, no podemos cerrar ese proceso”, añade. “No solo me gustaría encontrar los restos de mi abuelo José; nos gustaría saber qué pasó desde que se lo llevaron, desde que lo cogieron, y por dónde transitó. No sabemos nada”.

Fue su tía Charo, hermana de su abuela, a la que le dan la cartera y los zapatos de José. “Mi tía cuenta que ella iba gritando por esta calle, arriba y abajo, ¿cómo le llevo esto a mi hermana? ¿cómo le llevo esto a mi madre?”, comenta. La noticia del asesinato provocó que su bisabuela se llevara una semana convulsionando, con ataques epilépticos. Sin marido y sin manutención, se quedaron en la más absoluta pobreza.

“Cuando a mi abuelo se lo llevan para no volver nunca más, tenía: un niño de pañales, mi tío José; mi madre María Jesús con 3 años; mi tía Victoria; mi tío Paco, que era el mayor; y a mi tío Antonio. Eran cinco. Cinco hijos. Cinco huérfanos de padre”. Los dos hijos mayores se vieron obligados a trabajar. “Y mi abuela trabajó como una mula, que por cierto ella se jubiló como cocinera en la casa de los García-Pelayo”, detalla. Los únicos hijos que pudieron estudiar fueron su madre y su tío José, el pequeño de la familia.
“Era tremenda, mi madre estaba estudiando, pero antes de terminar los estudios, daba clases particulares e iba a cuidar a su hermano y a su cuñada, ambos con tuberculosis”. También admira el esfuerzo y la dedicación de su tía Victoria, quien trabajó en una viña arrendada, “una mujer joven haciendo pan, trabajando en el campo, limpiando, haciendo de comer, lo mismo recogiendo uva que segando el campo; lo hacía todo”. Cada vez que Ángeles menta a alguna mujer de su familia, se le llena la mirada de respeto y fascinación.
“Yo toda esta búsqueda la hago por mi abuela. Por mi madre y por mi tía Victoria. Por mi tío Paco y mi tío Antonio. Pero fundamentalmente lo hago por mi abuela. Además, yo era el ojito derecho de mi abuela. Realmente se lo debo a ella. Se lo debo”, reitera. “Me lo debo”, puntualiza. Quiere que su familia, en especial su abuela Ángeles, sepan que el asesinato de su abuelo José no cayó en saco roto. “Para nosotros sí pasó, para sus hijos, sus nietos… Pasó que lo mataron”
La familia de José Gálvez Pozo, “más allá de que no hay nada que justifique matar a una persona, ni por su nombre, color político, religión o raza”, no conoce el motivo de por qué lo apresan y le dan muerte. “Mi abuelo no perteneció a ningún sindicato ni a ningún partido de izquierdas”, detalla. “La hipótesis con la que nos quedamos es que era compadre de Francisco Gamero, presidente de los socialistas en Andalucía, aquí en Jerez. Pensamos que lo mataron por ser amigo de un socialista”.
Y en muchas ocasiones el señalamiento y los estigmas se heredan: “Mi madre sí sufrió un repudio social. Era la hija de uno al que habían matado. Y como decía mucha gente: pues si lo han matado, por algo será”. A Ángeles le entristece no haber indagado más, con sus tíos en vida, cómo era el abuelo José. “Pienso un montón de veces cómo sería la voz de mi abuelo, qué timbre tendría, cómo hablaría, qué palabras usaría, cómo sería con mi abuela…”. Tiene la memoria llena de preguntas.
“Era un hombre bueno. Mi abuela siempre decía: ‘Con lo poco que hablaba… y lo guapísimo que era’. Y en la foto se puede ver lo guapo que era. Mi abuelo sentado con las piernas cruzadas, con unos buenos zapatos, y los tenía porque mi abuelo era parador de calzado en el taller de Sánchez, en la plaza Monti. Yo tengo hasta un ticket de esa zapatería, del taller”, asegura con ilusión
Para Ángeles todo este preceso es: recuperación y justicia. De la memoria, de la historia vivida, silenciada y a veces olvidada. “Para mí la memoria histórica es una cuestión de empatía, de humanidad, de escucha al que ha sufrido”. De ponerse en los zapatos del otro, como en esos zapatos que fue lo último que conservaron de José Galvez Pozo. “De acompañar en el sentimiento…, que sepa que nos acordamos de él, que queremos saber dónde está, que nos gustaría enterrarlo, que nos gustaría llorarlo…”.
“Los nietos no podemos estar quietos, por una cuestión de humanidad”, finaliza.

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