
— Cuéntale lo que sabes de tu hermano Miguel; porque tú sabes mucho y callas mucho.
—Por favor, que nadie sepa que yo soy la hermana de Miguel García Román, ‘El Niño de los Nardos’. Porque donde yo estoy, que es en la residencia de La Granja, hay mucha gente mala que me puede matar por la noche.
En el año 1996, Antonio García Fernández (Jerez, 1963), nieto de Miguel García Román (Jerez, 1904), conocido como ‘El Niño de los Nardos’, decidió entrevistar a su tía, Ana García Román, para que contara la historia de su hermano, perseguido y fusilado en el Alcázar de Jerez de la Frontera, en el año 36. “Su tía, la que los crió a los dos, y su hermana, estuvieron toda su vida sufriendo la persecución: aceite de ricino, las pelaban al rape, les daban palizas… Quedaron traumatizadas”, comparte Antonio, quien narra la historia de ‘El Niño de los Nardos’ y de su familia como si la viviera en sus propias carnes.

Como alguien que tiene el poder de abrir una ventana al pasado y relatar todo lo que padecieron sus antepasados, Antonio empieza por el principio…
“Siendo Miguel García Román y Ana García Román muy jóvenes, fallecen sus padres en un accidente laboral en la fábrica de botellas, donde trabajaban. Su tía María Román Martínez, hermana de su madre, se casa con un rico señor de la Bodega Vicasa y adopta a sus dos sobrinos. Y este señor, que era el jefe de la bodega, lo reclaman en Francia. Así que se van todos para allá. En Francia, con el tiempo fallece este señor, y la tía abuela, que era de Jerez, decide volverse a su tierra con sus dos sobrinos, ambos ya veinteañeros”, narra, a lo que enlaza: “Ya con esa edad, hablaban francés, inglés, estaban económicamente bien… Y Miguel monta un puesto de flores, empieza a vender nardos por la calle y
empieza a invertir. Él traía unas ideas anarquistas, unas ideas muy avanzadas para su época y empieza a dar charlas con el gremio de la tonelería, los bodegueros; empieza a escribir en prensa… Comienza a
enseñar lo que él sabía. Incluso, me consta, que dio clases a gente que no sabía leer ni escribir”.

Vendiendo nardos, conoce a su esposa, Virginia Alcaraz Mateo, y ahí es cuando empieza a construir su propia familia, teniendo ambos cuatro hijos: Miguel, Virginia, Antonio y una cuarta niña que murió de una
enfermedad a los 8 años de edad. “Pero él nunca mentó a su pareja, porque no quería meterla en problemas. Pero claro, al ser perseguido, los problemas venían solos. Cuando él empieza a decirle a la gente: Por aquí no debes de ir; nos están explotando; la tierra se comparte… Él fue uno de los que empieza a hablar de: La tierra para quien la trabaja. Con todo esto, a mi abuelo lo persiguen durante muchísimo tiempo”. Muchísimo tiempo. Miguel estuvo escondido entre los juncos de La Corta, en El
Portal, en La Parra, en su casa… “Y nunca dejan de buscarlo”, incide su nieto Antonio.

Miguel García Román era muy conocido y muy querido en la ciudad, “porque sus instintos eran de ayudar a todo el mundo. Él salía de su casa vestido como un señor y volvía como un pobre, con solo un pantalón”, apunta su nieto. “Mi abuelo tuvo a una muchacha en su casa que le ayudaba con las tareas del hogar. Y tuve la suerte de conocerla, con una edad ya muy avanzada. Me contó que a su familia nunca le faltó nada, porque mi abuelo le daba de todo. Y me dijo cómo los vecinos le ayudaban a escapar cuando los Guardia Civiles venían a por él”, agrega.
“Pero llegó un momento que tuvo que irse de aquí”, dice Antonio mientras señala el número 3 de la calle Rodrigo de León, en el barrio de San Miguel. “Él tuvo unos puestos de fruta, en la cuesta del Palenque, se
hizo mayorista de frutas, y le achacaban que mi abuelo había traído unas bombas para luchar en contra del régimen franquista, y fue cuando sufrió la persecución más grande”, afirma. Lo peor tuvo lugar en la calle Caldereros, donde vivía su mujer. “Llegaban a casa de de mi abuela y le tiroteaban la casa. Le partían los ‘corchones’, ya ves que tenían un ‘corchón’ de paja; le retiraban los muebles; le retiraban las mesas…
Buscándolo. Jamás lo encontraron. A mi abuelo lo vendieron”, asegura Antonio.

“A la hermana de mi padre, a Virginia García, le pusieron una pistola en la sien para que dijera dónde estaba su padre Miguel, con tan solo 8 años. Y se cagó y se meó en lo alto. Ella iba a ver a mi abuelo junto a mi tía abuela Ana, que estaba escondido en unos túneles que todavía existen por debajo del Ayuntamiento de Jerez, San Marcos… Ana, que sabía todo eso, también fue perseguida”, recuerda Antonio García Fernández.
—Cuando yo iba a manifestaciones con 14 y 15 años, mi abuela me decía, me insistía mucho: No vayas, que vienen los del cangrejo y te llevan los del cangrejo.—¿Los del cangrejo?
—La falange.
Los del cangrejo, “cogieron un confidente, en una de las veces que mi abuelo sale a dar mítines, sale por Jerez, este confidente se acerca y le dice: Miguel, tal día a tal hora vamos a repartir armamento para poder luchar en la Guerra Civil, contra el bando sublevado. Y era una emboscada. Se lo llevaron preso”. Antonio cuenta, que la cuarta hija de su abuelo, la que fallece a los 8 años, creen que fue a consecuencia de la impresión que le causó ver a su padre, en el cuartel de la Guardia Civil, en una cuadra, ‘jarto’ de una paliza, “que le habían sacado los huesos del codo y vio cómo una rata le estaba royendo la carne alrededor del codo”. La muerte de su cuarta hija, fue una consecuencia más “de una persecución injusta a una persona justa”.
Antonio reconstruye la historia de su abuelo paterno gracias a su abuela Virginia, a su tía abuela Ana y a su padre. “Voy conociendo la historia con mucho miedo, porque la familia tiene miedo de contar lo que ocurrió. Pero poco a poco me he podido ir enfrentando a lo que pasó mi familia”, expresa. “Mi padre, Antonio García Alcaraz, no estuvo bien con su padre hasta que no se le hizo el homenaje que se llevó a cabo en Jerez (en el 2021), y vio que su padre no fue una persona como decía su hermana: que lo tiró todo por unas ideas; sino que fue una persona que lo tiró todo por unas ideas porque era el bien común, el bien para los demás. Y eso le costó mucho trabajo asumirlo. Mi padre se fue a la tumba sin saber
quién era su padre en realidad”, confiesa.
“En casa apenas se hablaba por miedo, por ignorancia, por el qué dirán, ¿me entiendes? Pero últimamente sí que hemos hablado. Hemos tenido reuniones los nietos y hemos estado hablando de él. Incluso su hermana me contó lo de la pistola, ya muy mayor, me contó muchísimas cosas, como lo de los túneles, pero de mayor, cuando fue perdiendo, digamos, la vergüenza y el miedo. Sentían pánico. Es muy doloroso que teniendo un padre, como fue Miguel, que fue toda una institución y una persona que lo dio todo por las demás, que lo tenga que tener callado porque en España no se ha abierto la caja de Pandora, como sí han hecho en otros países como Francia y Alemania; donde se han hecho homenajes, se han hecho cosas… Aquí no, aquí todavía tenemos miedo a que sepan de que tu abuelo es tu abuelo”, manifiesta con rabia.

—¿Por qué decides buscar los restos de tu abuelo?
—Decidimos buscarlo toda la familia, y sobre todo, yo, que estoy esperando a jubilarme para seguir buscándolo más en serio por falta de tiempo; ya que el trabajo te consume mucha parte de tu vida, por eso mismo mi abuelo predicaba que hay que trabajar menos horas para poder repartir el trabajo. Y creo que lo hago por justicia y por tranquilidad; porque creo que merecemos saber dónde está. Yo no soy católico, no voy a enterrar a mi abuelo ni le voy a hacer la parafernalia; pero sí saber dónde está; yo creo que eso nos daría un poco de tranquilidad a los nietos que hemos quedado
—Si tuvieras que resumir todo este proceso con una palabra…
—Humildad. Humildad.
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