Investigación, Testimonios

JOSÉ GÓMEZ CANTILLÓN

16 Nov , 2025  

MARÍA GÓMEZ MEDINA Busca el cuerpo de su padre, JOSÉ GÓMEZ CANTILLÓN.

De izquierda a derecha, María, Elena (su hija) y Ángeles ( su hermana).

—Pepe, no vayas a trabajar.
—Que no, mujer, que no va a pasar nada. Que la Guardia Civil no va a consentir que pase nada. No te preocupes, que no va a pasar nada.

Documentación de José Gómez Cantillón.

“Pero ya no regresó. Lo apresaron a él y a otros compañeros del Ayuntamiento, y a muchos vecinos del barrio de San Miguel, de la calle Cazón. Él pensaba que no le iba a pasar nada porque los guardia civiles eran vecinos de toda la vida; eran amigos… Quedaban para charlar, echarse unos vinos… No pensó que fueran a ir a más, que fueran a hacer algo grave. Y que fueran ellos mismos los que…”, cuenta Elena Moreno Gómez (Jerez, 1978), nieta del fusilado José Gómez Cantillón tras el Golpe de Estado de julio de 1936.

Elena conoce la historia de su abuelo materno a través de su tía Isabel Gómez Medina (Jerez, 1926), quien tan solo tenía 10 años cuando asesinaron a su padre. “Papá enseñó a leer a la tita Isabel”, apunta María Gómez Medina (Jerez, 1934), quien, sentada en el salón de su casa, lamenta una y otra vez: “Qué doló de ti, que no te conocí”. A su izquierda, se encuentra su hermana Angelita Gómez Medina (Jerez, 1930), que a causa de su sordera severa, le cuesta continuar con la conversación sobre la figura de su padre, que fue guardia de arbitrio ‘jefe de los guardias’ en el Ayuntamiento de Jerez. “Papá venía y nos poníamos muy contentos. Él nos quería mucho, y a mamá también. Quería mucho a mi madre”, libera Angelita entre hipidos.

Ángeles mira la foto de su padre emocionada.

Según su nieta Elena, José estuvo detenido durante unos tres meses. En ese tiempo, mantuvo contacto con su mujer, Manuela Medina Muñoz, a través de correspondencia. “Y allí en prisión le hizo a sus hijas…”, empieza su nieta. “Unas cajitas preciosas de hilo de color. Y se levantaba y se veía el espejito, y el brochecito, con un primor… Él, como no tenía nada que hacer, y eso le gustaba, pues…”, termina su hija María.

“Mi abuela se entera de que iban a fusilar a su marido porque Rosalía, una vecina que iba con mi abuela a llevarle comida a los detenidos, cuando ella está de vuelta en la calle Cazón, la llama y le dice: ¡Ay, Manuela! Mira lo que me he encontrado en la fiambrera. Y le enseña una nota donde se podía leer: Rosalía, no me busques que me han matado”, narra Elena.

“Entonces va mi abuela corriendo a hablar con un primo de ella que no sé si es que tendría contacto con alguien y se enteraba más o menos de las cosas; y le dice que sí: Manuela, se lo han llevado esta mañana, lo han subido a un camión; iba que se le caían los pantalones de lo delgado que estaba. Y ya cuando le dijeron que tenía que ir a recoger sus pertenencias…”. Nunca más se supo de su existencia.

Un retrato de José Gómez Cantillón.

—¿Cómo afecta a la familia la pérdida de José Gómez Cantillón?
—Mi hermana, la mayor, horrible. Su hermano Paco, su hermano Manolo… Y mi abuela María, su madre, qué dolor. Lo pasamos muy mal. Muchos disgustos. Y él, más disgusto se llevó sabiendo que dejaba a una mujer con cinco hijos. (Silencio). Tiene tela lo que han hecho. Si Dios es verdad que existe, que se lo cobre bien cobrado.

Elena recuerda que tras el asesinato de su abuelo, un hombre ayudó a su familia aportándoles un dinero durante un tiempo. “Luego hemos sabido que aquel hombre era masón, y que luego ya no vino más porque también lo mataron”, explica. “¿Tú no te acuerdas de eso, mamá?”, le pregunta a María. “No, yo no”, le responde a su hija. “La tita Isabel lo contaba”. “Sí, contaba ciertas cosas, pero todo no, porque sabía que mi madre se enteraba y lloraba. Mi madre ha llorado mucho. Y nosotros; yo de ver a mi madre”, murmura María.

Manuela, la viuda de José, salió hacia adelante “trabajando en la Bodega de Rivero, mi hermana Isabel cosiendo de hombre, mi hermana Luisa en la fábrica de cápsulas, esta —señalando a Angelita— con Don Roberto Escobar, yo cosía ‘pa’ la calle…”, enumera María. Tras su pérdida, José seguía presente en casa. “Mi madre hablaba de papá. Él se portó muy bien con mi madre y mis hermanas. Y yo que no lo conocí… Esto es muy doloroso recordarlo, eh”, expresa María. “Mi padre era muy bueno. Y nos quería mucho. Y a mi madre”, insiste Angelita. “Esto es una pena que nunca se supera”, apostilla Elena.

“Fueron unos criminales y canallas. Hacer esto con un padre de familia. Pero no solo mi padre. Así había muchos. Nosotros chicos, le decíamos a mi madre siempre: Papá vendrá, ¿verdad, mamá? Sí, ya vendrá. Es que ha ido muy lejos”, llora Angelita. “Que nada, que lo hemos pasado mal y ya está. Y nadie nos ha solucionado papeleta ninguna. Porque después han estado como burras fregando, limpiando y sirviendo”, agrega su hermana pequeña.

A José Gómez Cantillón lo acusan de pertenecer a Izquierda Republicana y de masonería. No hubo juicio. Y se le aplica un bando de guerra el 3 de agosto de 1936. Pero no saben dónde lo matan, ni el día ni la hora. “Nos quedamos sin él y se acabó”, suelta Angelita.

“Mucha gente argumenta que en una guerra esto es así. Pero no es así. Porque en una guerra hay dos bandos. Y los dos tienen armas y se defienden. Pero si tú llegas con armas matando y raptando y secuestrando para asesinar, eso no es ya un estado de guerra. Además, por cómo entraron en Jerez, y fueron tantos a los que mataron… Ya es que es muy tarde, pero a mi tía Isabel le hubiera gustado haberlo enterrado. Suponemos que están en la fosa común que se hizo en el cementerio de Santo Domingo, pero bueno, supongo que es una manera de cerrar página, de cerrar un poco la herida”, comparte Elena.

“Yo quería conseguir información para saberlo a título personal: saber qué pasó. Pero la infancia que tuvo mi madre, de perderse a su padre, ya eso no lo va a recuperar. Los traumas de chica, las desconfianza de mi tía, los miedos… Eso ya no se va a curar”.

—Mamá, ¿a ti te gustaría saber dónde enterraron al abuelo y qué pasó?
—Claro que sí, pero no lo sabemos… No creo que esté en el cementerio. Hicieron una perrería. Eso no se hace. ¿Por qué? ¿Qué falta tenía mi padre? Si mi padre las vendedoras venían con los canastos de patatas y de cosas y preguntaban: ¿Quién está de guardia? Y cuando le decían: Cantillón. Porque él no les quitaba nada. Él les decía: ¡Corred, corred! Entonces había mucha hambre y él hacía la vista gorda. Después vinieron mucha gente y le dieron el pésame a mi madre. Porque verdaderamente, mi padre no hizo nada más que el bien para los demás. Sí que lo hizo.

“Yo a le gente le diría que lean; que se informen. Que contrasten, que hay mucho ruido. Que empaticen…”, reclama Elena, quien quiere terminar ensalzando la imagen de su abuela Manuela: “Que te quiten a tu marido, joven, con cinco hijos, que venga a decirte una señorita: No, yo me llevo a los más chicos para ayudarte; y plantarle cara para decirle: No, ya os habéis llevado a mi marido, no me vais a quitar a mis hijos; y estar desde por la mañana hasta por la noche trabajando en diferentes sitios para poder llevarlos adelante, me parece que fue una luchadora. Así como mis tías. Como se llevaron a los hombres… las mujeres hicieron piña”.

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